sábado, 26 de marzo de 2011

Territorio Comanche, de Arturo Pérez-Reverte














En todo el siglo XX hubo sólo 86 días de paz, menos de 90 días en que no hubiera una guerra en alguna parte del planeta.Eso explica que tuvieran tanto trabajo también los periodistas en su especialidad más peligrosa. Tan pronto como uno comienza a leer Territorio Comanche, se da cuenta que en realidad no sabía nada sobre los corresponsales de guerra, ni la punta del iceberg. Escrita en forma de novela, se relata al principio un dia más de trabajo de unos corresponsales españoles. Mientras esperan un probable acontecimiento en un sitio de alto riesgo - en Territorio Comanche,según su jerga- conocemos a través de sus palabras el horror, la destrucción, las huellas de la guerra en los habitantes, los combatientes, y los propios periodistas. Desde los flashbacks y las descripciones nos enteramos de los detalles típicos- y también atípicos- de esa profesión, las relaciones entre colegas, las maneras en que muchos de ellos han muerto,el instinto que desarrolla un corresponsal experimentado para aumentar sus probabilidades de sobrevivir. Una de las observacioneas a destacar es que una guerra es todas las guerras, hasta los muertos se ven parecidos, como un mismo error, o mejor dicho un horror, de los humanos, repetido por no haber aprendido nada. Es una obra atrapante, interesante, un viaje virtual a un territorio donde no quisiéramos estar nunca, mientras nos acercamos al desenlace de lo que puede ser para los protagonistas un día más o tal vez el último.

sábado, 19 de marzo de 2011

Fantasmas



Imagen: designcartel










Pisas con cuidado, pues cada paso puede ser el último. Tratas de mirar al mismo tiempo adelante, los flancos, cerca y lejos. Es importante estar atento a cualquier sonido, cualquier detalle fuera de lo normal, o algo que no debería ser como uno lo está viendo. Te concentras y tratas de no pensar en nada mientras la vida te pasa frente a los ojos. El enemigo acecha, pero yo también soy el enemigo. Yo llegué vivo a esa granja arrasada porque fui mejor asesino que otros. Pasó hace un año, no sé qué significa eso cuando yo siento que fue ayer. El cielo estaba gris, un cielo cubierto de polvo y humo. Olería a pólvora y otros explosivos más potentes, seguramente, pero el traje de protección biológica es la delgada barrera que me separa del agente XV y sus consecuencias.
Al principio no se siente nada, no tiene olor. Cuando te das cuenta, es tarde. A la desesperación natural se suman el esfuerzo que hacen el corazón y los pulmones mientras tratan de seguir funcionando, mientras se ahogan en su propia sangre. Ese fruido sale también por los ojos, los oídos, la nariz, la boca, y en esos momentos ya no le prestas atención, pues el sistema nervioso es víctima de unas horribles alucinaciones. Lo que hayan visto no se pueden decir a nadie, pero el horror queda grabado en esos rostros, y permanece allí mucho después de que han muerto, mientras se descomponen. Por cierto, ese proceso no es rápido, pues el agente XV mata también a las moscas y otros organismos mientras perdura en el ambiente.
Dentro del traje sentía calor, el único sonido era el de mi respiración, agitada por las cosas que veía. Mirar a través de la máscara es como hacerlo por una ventana parcialmente abierta, uno se acostumbra a mover la cabeza para ver más, aunque en ese momento no sentía el deseo de hacerlo, sino la obligación, para mantenerme vivo.
Vi los soldados enemigos, que yacían en charcos de su propia sangre. Los puños apretados y frente al cuerpo como queriendo cubrirse de algo monstruoso, los rostros semejaban una instantánea de su estadía actual en el infierno. Dentro de una choza una madre abrazaba con fuerza a su hija defendiéndola de algo que solo ella veía. Un adulto y dos niños estaban en otro rincón, aparentemente el padre los habían atacado con un machete en la confusión de los últimos minutos.
Salí y me apoyé en el marco de la entrada en un esfuerzo por no vomitar. No debía hacerlo dentro del traje o estaría perdido. Debí atravesar más escenas como esa hasta llegar a un punto de reunión, pasar por los procedimientos de descontaminación. Subir a un avión que me lleve a casa. En el viaje de regreso uno cree que los ha dejado allá lejos. Es en realidad una vana esperanza. Ellos te acompañan, te siguen, te reclaman.




Aparecen en los sueños, caminan hacia ti, estira una mano, tratan de decirte algo. Crees que logras escapar al despertar, pero tarde o temprano tendrás que dormir y ellos volverán.
De día no están por completo ausentes. Paseo por la orilla del lago, por el bosque, tomo aire fresco. Debería ser tranquilizador, pero este bosque me recuerda aquel otro. Me descubro a mi mismo caminando con cuidado y mirando hacia todas partes. Decía que fue hace como un año, se cumple esta noche, lo sé sin necesidad de un calendario. Lo sé porque las imágenes se vuelven cada vez más reales, porque he sentido los pasos y las voces y no sonaba en absoluto como el viento.
La noche cae y no estoy solo. Me siento en mi sillón preferido y tomo un trago. Acabo de limpiar mi rifle y lo tengo sobre mis piernas. No estoy seguro de que sirva de algo, pero pase lo que pase, no me iría sin luchar. Lamento que debas saberlo por esta nota, pero no me gustan las despedidas. Si ocurre lo que me temo, espero que al menos sean justos al permitir que la encuentres. Ya siento las puertas, los ruidos en la escalera, el frio repentino que me pone los pelos de punta. Ya vienen.