martes, 20 de octubre de 2015

La biblioteca innombrable



Puedo decir que encontré la antigua biblioteca, me temo que no era sólo una leyenda. He estado ahí y agradezco al cielo haber encontrado la fortaleza necesaria para salir, sano y cuerdo.  Nunca volvería a entrar en ella, pues si lo hiciera, puede que ya no saliera esta vez.
  No, no diré en que parte del viejo mundo se encuentra exactamente, “Il mistero è chiuso in me”, pues no quiero cargar con el destino de muchos desafortunados en mi conciencia. Acecha oculta a simple vista, una biblioteca dentro de otra, como un alma perversa dentro de un cuerpo atractivo.
 Ese cuerpo es el de una institución reconocida, con instalaciones confortables, modernas. Un lugar muy completo en cuanto a calidad y cantidad de obras.  Ocurrió que entre ellas, en uno de sus tantos pasillos tapizados de libros, encontré las obras de uno de mis autores favoritos. Claro que me llamó la atención de inmediato. Allí estaban todas sus obras, las que leí, las que todavía no había leído, e incluso más. Había obras que no reconocía. No las había visto antes en librerías, sitios web o en otra biblioteca. No las había oído nombrar siquiera.
Tomé una de ellas con curiosidad:
 “Blues del reparador de mundos “, Tayuki Kimamoto.
“El joven Miyashi despierta temprano con la esperanza de encontrar un nuevo empleo. Está por conocer a un particular entrevistador que le confirmará que es la persona adecuada y que el puesto será suyo…si realmente lo quiere. Sin embargo, deberá pensárselo bien, pues si bien nada le faltará, será una tarea para toda la vida. Una tarea que le obligará a replantearse lo que realmente cree saber sobre la realidad”.

Como es mi costumbre, leí la primera página, y su comienzo atrapó mi interés. Quería conocer esa historia, pero había más. De hecho, había mucho más. Junto a ese estante había otro, y otro más, cada uno con nuevas obras desconocidas de mis autores favoritos: maestros del terror, el suspenso, la novela erótica, los cuentos, los microrrelatos. El pasillo se extendía más de lo que yo recordaba. Me di cuenta de que ya no escuchaba otras voces, parecía estar solo, pero el entusiasmo era por el momento mayor que mi preocupación.
No sé cuánto estuve caminando. Me encontré, siguiendo la misma dirección, con más obras que despertaban mi interés. Ahora a  los autores no los conocía ni había oído nunca de ellos, y allí estaban sus obras, tal vez completas. ¿Cuánto tiempo podría pasar entretenido con estas historias? Teniendo en cuenta lo que había visto y lo que aún restaba…más tiempo del que podría vivir. Si elegía cuidadosamente unas obras, estaría renunciando a otras.  Si dedicaba mucho de mi tiempo a leerlas, no tendría tiempo para socializar, para escribir mis propias obras, para continuar mi trabajo dando clases. ¿De qué me serviría reunir el conocimiento de tantas obras si no pudiera reseñarlas, comentarlas, recomendarlas? ¿Por qué apartarme de mi vocación, si el sentido que tiene el reunir conocimiento es luego poder darlo a otros? Devolví uno de esos libros a su sitio cuando algo noté algo más: en el mismo estante, al alcance  de mi mano y algo más arriba, había libros con mi nombre.
El primero que tomé lo confirmó: mi nombre y mi foto. Una tal editorial Jano, y la fecha actual. Miré de nuevo otras obras. Todas tenían fecha actual y la misma supuesta editorial. Jano, dios romano de dos caras que miran en direcciones opuestas; dios de las puertas, de los principios y de los finales. El propio mes de “enero” es una variante de su nombre, y aún en idiomas como el inglés y el portugués se nota la similitud con “January” y “Janeiro”. 
Probé a abrir una mis obras inéditas y ver la primera página. Apenas al intentarlo, sentí el ruido de una puerta cercana que comenzaba a cerrarse. Así que ése era el precio. Yo no había visto más que títulos, no había leído más que unas pocas líneas. Si buscaba de inmediato la salida, tal vez pudiera encontrarla. ¿Sería así o ya sabía demasiado?
No hace falta decir que alcancé la salida caminando a buen paso y sin mirar atrás. ¿De qué serviría que llamara a otros, que les hablara de libros y autores inéditos en más espacio del disponible?  Ese lugar maldito no se abriría a cualquiera. ¿A quiénes habría atraído con semejantes tentaciones? ¿Cuántas personas estarían todavía leyendo, ajenas para siempre al resto del mundo? Ese lugar les ofrecía relatos literalmente atrapantes, pero a cambio se quedaba con sus vidas, y  lo que sus vidas pudieran dar al mundo. ¿Era una biblioteca infinita cuyas características no podemos comprender, o una de las formas que puede tomar el infierno, para atrapar almas y quitárselas al mundo? Tal vez fuera ambas cosas, pues un infinito puede contener a otro.   
No niego que hasta el dia de hoy sigo sintiendo a veces la tentación de regresar a ese lugar, mas no conozco a nadie más que haya ido, como yo; y menos aún, alguien que de su segunda visita haya regresado.

 

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